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El grupo de voluntarios que logró bajar la reincidencia en todas las cárceles a donde van: los conectan con empleos formales

Espartanos es un programa civil que combina deporte, espiritualidad, educación e inserción laboral; el rol clave de las empresas que ofrecen oportunidades de trabajo cuando están en libertad

PARA LA NACION: Teresa Sofía Buscaglia

El día en que Julián cambió el fútbol por el rugby no fue en un club de barrio ni en una cancha de césped: fue en una cárcel. Había crecido en Los Polvorines, en una familia de clase humilde y trabajadora, con una madre modista, tres hermanos que hoy son profesionales y un padre que murió muy joven, por una enfermedad, cuando él era adolescente. En 2018, con 24 años, fue detenido y estuvo cuatro años encerrado en la Unidad 46 del Complejo Penitenciario San Martín.

“Fue por una mala decisión, por falta de trabajo y de plata. Mis padres me habían enseñado valores, pero en ese momento elegí mal y terminé preso”, recuerda hoy Julián Ojeda, a sus 31 años, en una casa de material que está construyendo en el mismo terreno donde vive su familia. Lo hace gracias al empleo que consiguió hace tres años y que le dio estabilidad económica y también espiritual

En el encierro, Julián descubrió algo que jamás había imaginado: el rugby. “Siempre jugué al fútbol y pensaba que el rugby era para gente con plata. Pero cuando llegaron los Espartanos y empezamos a entrenar, vi que era otra cosa. Aprendimos reglas, disciplina, respeto, a trabajar en equipo. Hasta el más duro se aflojó”, cuenta.

Lo que empezó como un entrenamiento semanal que los sacaba de su rutina de encierro, se convirtió en una práctica que le cambió la vida a un grupo de internos que llegó a sumar más de 100 personas en un corto tiempo. Encontraron en el deporte una salida: compromiso, pertenencia y, sobre todo, un horizonte fuera de la cárcel.

Julián se está construyendo su casa gracias al empleo que consiguió guiado por la fundación Espartanos
Julián se está construyendo su casa gracias al empleo que consiguió guiado por la fundación EspartanosHernan Zenteno – La Nacion

Una segunda oportunidad

La Fundación Espartanos nació en 2009 como un grupo de voluntarios que entraba a las cárceles bonaerenses para enseñar rugby. Hoy es un programa integral que combina deporte, espiritualidad, educación e inserción laboral. Desde 2016 funciona formalmente como organización y trabaja en 65 cárceles, de las cuales 47 son de Argentina y 18 están repartidas en otras partes del mundo.

El impacto es tan contundente como inusual: la tasa de reincidencia de quienes pasan por el programa y consiguen empleo al salir en libertad es menor al 5%, frente al promedio nacional del 28%, es decir es cinco veces más alto, según datos del Sistema Nacional de Estadística de Ejecución de la Pena de 2024.

“Al principio los chicos creen que esto es para una foto, que vamos a venir una vez y no volver. Están acostumbrados a las frustraciones. Pero cuando ven que todas las semanas estamos ahí, con lluvia o con sol, empiezan a confiar y a transformarse”, explica Santiago Cerutti, profesor de Educación Física, cofundador y hoy coordinador de la fundación. “El rugby abre la puerta, pero lo más importante es el vínculo. Escucharlos, estar, proponerles una rutina. Ellos nos transforman tanto como nosotros a ellos”, reconoce.

La metodología es clara: tres veces por semana, durante la mañana, los voluntarios ingresan a las Unidades 46, 47 y 48 del Complejo Penitenciario San Martín, para entrenar durante tres horas a 570 internos: 80 mujeres y 490 hombres. Empieza con un calentamiento, práctica de rugby, partidos cortos y, al final, un círculo en donde cada uno comparte algo personal. A eso se suma el espacio de espiritualidad: rezan el rosario, que, más allá de la religión, se transforma en un ámbito de catarsis y expresión. “Se aflojan hasta los que nunca hablaban. Empiezan a contar sus vidas, sus problemas. Eso los ayuda a sacar un peso enorme de encima”, describe Julián.

"Es un trabajador comprometido, responsable y con enorme predisposición para aprender”, asegura Hugo Yannane, jefe de operaciones de ID Logistics, una planta de logística en Tortuguitas, donde Julián se desempeña en el área operativa desde hace tres años
«Es un trabajador comprometido, responsable y con enorme predisposición para aprender”, asegura Hugo Yannane, jefe de operaciones de ID Logistics, una planta de logística en Tortuguitas, donde Julián se desempeña en el área operativa desde hace tres añosHernan Zenteno – La Nacion

“Es el primero en llegar al trabajo”

La reinserción social se completa con la educación y el empleo. Los internos hacen cursos de oficios, computación, electricidad o braille, y al recuperar la libertad, la fundación los conecta con empresas dispuestas a contratarlos. Así fue como Julián consiguió su actual empleo en ID Logistics, una planta de logística en Tortuguitas, donde se desempeña en el área operativa desde hace tres años.

Al año de ingresar, fue efectivizado y sus supervisores hoy no dudan en destacarlo. “Es un trabajador comprometido, responsable y con enorme predisposición para aprender”, asegura Hugo Yannane, jefe de operaciones, a lo que su jefe directo, Andrés Delgadillo, coordinador de operaciones, añade: “Julián es de los primeros en llegar y de los que menos falta. Se integra muy bien, es respetuoso, querido y muy sociable. Cada año, está postulado como mejor compañero”.

Para los responsables de la empresa, incorporar Espartanos resultó una experiencia valiosa: “A veces, el prejuicio social dice que no rinden o que no se integran. La realidad es exactamente la contraria: Julián es prueba de que, cuando se da la oportunidad, ellos la honran”, sintetiza Santiago Cerrutti, de Espartanos. Y Julián lo confirma cuando dice: “Hoy valoro cosas que antes no veía. En la cárcel vi muchas muertes y pensé que quizás nunca iba a salir. Ahora siento que tengo una segunda oportunidad”.

Ese trabajo le permitió construir su casa y mantener a su hijo de tres años. Pero, sobre todo, recuperar la vida cotidiana: levantarse a las 5 de la mañana para tomar el colectivo, compartir mates con su mamá, jugar al fútbol con sus compañeros de trabajo o entrenar los viernes en el club Virreyes junto a otros Espartanos que ya recuperaron la libertad.

Una red que crece

Actualmente, la fundación cuenta con más de 200 voluntarios activos, desde jóvenes de 20 años hasta jubilados. Cada uno aporta tiempo y presencia en las cárceles y, en muchos casos, también contactos de más empresas para que se sumen al grupo de las que se comprometen con la fundación para dar oportunidades de empleo.

Los supervisores de Julián se sienten muy satisfechos con esta política que mantiene la empresa desde hace muchos años. Y cada vez que se abre una oportunidad, Julián aprovecha a recomendar a otros Espartanos que salieron en libertad y buscan una oportunidad como le pasó a él. “Ya llevé a tres y quedaron. Para mí es un orgullo”, añade.

El modelo se replica no solo en cárceles argentinas, sino también en otros países como Chile, Uruguay, El Salvador, Perú, España y Kenia. Lleva distintos nombres, pero el espíritu es el mismo. Cuando salen de su encierro, los Espartanos se siguen reuniendo: entrenan, juegan torneos y algunos, incluso, vuelven como voluntarios a los penales, convirtiéndose en ejemplos para quienes todavía cumplen condena. “Lo más lindo es que varios quieren devolver lo que recibieron. Van a entrenar a institutos de menores o a sus propios barrios, llevando el rugby como un estilo de vida”, agrega Santiago Cerutti, coordinador de la fundación.

Julián sueña con terminar su casa para recibir a su hijo de tres años, de quien habla todo el tiempo; también desea estudiar cocina, perfeccionarse en su trabajo y, algún día, volver como entrenador al penal donde estuvo preso
Julián sueña con terminar su casa para recibir a su hijo de tres años, de quien habla todo el tiempo; también desea estudiar cocina, perfeccionarse en su trabajo y, algún día, volver como entrenador al penal donde estuvo presoHernan Zenteno – La Nacion

“Recuperó los sueños”

El rugby, en este caso, es mucho más que un deporte. Es la excusa para construir comunidad, dar contención y abrir oportunidades. Ana, mamá de Julián, lo mira con orgullo mientras él llega del trabajo, abre su casa que aún está en construcción y riega sus plantas. “Recuperó la calma y los sueños —dice Ana—. Eso, para una madre, es todo”.

La constancia y la confianza son la clave para el éxito de este programa. “En la cárcel no confiás en nadie, siempre estás a la defensiva. Pero cuando ves que vienen personas que podrían estar en cualquier otro lado y deciden estar con vos, se rompe algo adentro y empieza el cambio”, reflexiona un Julián emocionado y agradecido.

En lo personal, sueña con terminar su casa para recibir a su hijo de tres años, de quien habla todo el tiempo. También desea estudiar cocina, perfeccionarse en su trabajo y, algún día, volver como entrenador al penal donde estuvo preso. “Todavía no pude ir, porque el horario no me lo permite, pero lo voy a hacer. Quiero ayudar como me ayudaron a mí. El rugby me dio valores, amigos y un estilo de vida. Antes me acostaba cansado de buscar trabajo; hoy me acuesto cansado de trabajar. Y esa es la diferencia”, dice.

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